Una vez un gato blanco estaba solo en casa y tenía mucha hambre. Su dueña se había ido a la tienda a trabajar. En la casa de al lado vivía un perro de raza Pastor Alemán. El perro siempre tenía comida en el patio.
El gato decide ir a casa de su vecino para comer, porque el perro siempre tenía comida. Cuando llega el gato al patio a comerse la comida, el perro estaba durmiendo. El gato fue a acercarse a comerse la comida del perro, aunque no le gustaba mucho. El perro escuchó un ruido y se despertó. El perro gruñó al gato y el gato se asustó mucho y salió corriendo, maullando y con los pelos tiesos.
Unos días después en un paseo por el campo, el perro se metió entre unas pencas de chumbo y se clavó unas espinas en la espalda. Unos días más tarde se puso muy enfermo, porque se le infectaron las heridas con las espinas. El dueño del perro tuvo que irse unos días lejos a trabajar, le dejó comida y agua y le dejó en la casa solo.
El gato fue de nuevo a robar comida y vió que el perro estaba tirado en el suelo, no se podía mover y no gruñia. El gato le preguntó que qué le pasaba y el perro le dijo que tenía algo en la espalda y que tenía mucho dolor. El gato le quitó las espinas y le curó las heridas. El perro se quedó sorprendido porque no esperaba que el gato le ayudará, pues los gatos y los perros son enemigos. El perro le agradeció al gato lo que había hecho por él. El perro le prometió ser amigo suyo y que podría ir a comer las veces que quisiera.
El perro Pastor Alemán y el gato blanco se hicieron muy amigos y desde entonces pasan muchos ratos juntos.
José Antonio Gutiérrez Domínguez de 5º A
Ilustración José Antonio Gutiérrez Domínguez |